Una noche de cara al viento mirando la Luna llena, un único rayo de luz me hizo albergar una esperanza. Allí postrada en la hierba, sola y con una lágrima recorriendo mi rostro en la negra oscuridad de aquella casa de la Sierra comprendía lo que había anhelado desde hace mucho tiempo y sin llegar a comprender, guiada por un impulso, corrí hacia el río que manso rodeaba la casa y las montañas para llegar al final; despojándome de mis ropas me zambullí en una poza de agua clara que se encontraba en la ladera de la montaña, recibiendo el bautizo del agua y de la Luna a mi nueva vida.
Allí, sola y a oscuras, afirmé lo que tanto tiempo me había costado comprender, lo que mi cuerpo y mi alma pedían a gritos. Sobre la hierba húmeda a causa del rocío nocturno y mi piel excitada y húmeda por el agua helada del río, comencé a acariciar mis senos, recorriendo cada pliegue de mi piel, redescubriendo cada poro oculto hasta llegar a mi más hondo interior para acabar gritando extenuada su nombre, su bello nombre de mujer.
Allí, sola y a oscuras, afirmé lo que tanto tiempo me había costado comprender, lo que mi cuerpo y mi alma pedían a gritos. Sobre la hierba húmeda a causa del rocío nocturno y mi piel excitada y húmeda por el agua helada del río, comencé a acariciar mis senos, recorriendo cada pliegue de mi piel, redescubriendo cada poro oculto hasta llegar a mi más hondo interior para acabar gritando extenuada su nombre, su bello nombre de mujer.
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